jueves, 12 de marzo de 2015

A medio camino

Mañana vamos a bailar de acuerdo al itinerario estipulado para tu casamiento. Pero hoy recurro a lo que puede devolvernos al mundo que alguna vez compartimos. Llegados a este punto en que nos ganó la adultez hace rato, me niego a darte un regalo adulto, uno que nos lance a esas aguas que aplastan y uniforman, las de las listas de regalos en que todos regalan de todo sin regalar nada. Elegirte el set de cacerolas inoxidable me resulta un insulto que me reservo bajo la manga para una situación que en verdad lo amerite. 
Hoy te escribo desde la meseta, con el horizonte algo ancho y el misterio acechando del otro lado. Este atisbo de montaña sin bonete no se parece en nada a las que trepábamos antes. No hacía falta descansar y, una vez arriba, la carrera hasta abajo, las patas que corrían por encima de la cabeza, las sonrisas llenas de tierra, las ramas que crujiendo bajo los pies, ese cansancio que no medíamos.
Esa carrera de la que no teníamos idea, nos fue trayendo hasta hoy, y se fue llenando de gente, de ideas, se limpió la tierra, se vació de arrojo y reservó la risa para los descansos. Y siento que quedamos un poco a mitad de camino. O al menos yo que hoy miro a los chicos con una envidia que me consume. Trato de sumirme en sus juegos y ser del todo, como ellos. Pero ya se me olvidó cómo era correr más allá de mí misma. Ellos saben cuándo termina el juego, cuándo deja de ser divertido, cuando no da para más. Yo siempre lo quiero estirar porque ya no sé jugar libre y sin forzar. Y escucho a mi sobrina que me pide que le avise cuando termine de hacer lo que estoy haciendo. Y me doy cuenta que esa mirada condescendiente me da ganas de salir corriendo a esconderme de un mundo en el que ya no sé estar.
Empiezo a pensar que volverse grande no es más que controlar los impulsos que nos permitían patear el horizonte hasta donde quisiéramos. Como en el jardín de Alem, donde pasábamos horas dibujando ciudades en el piso con las maderitas para el fuego. Casas que no necesitaban techos ni vigas, que se sostenían a fuerza de un imaginario maravillosamente compartido. Una ciudad hecha de pasto y madera pero que respiraba historias que se tejían gracias a un consenso absoluto que hoy solo podemos lograr a fuerza de trabar el ceño, discutir y ceder siempre midiéndonos mutuamente las importancias. Y acá te escribo desde la cama, en este cuarto de esta pequeña casa y escucho un ruido que viene desde el living que no para y me pregunto si no será mi imaginación aplastándose la cara contra el concreto. Parece que tampoco sé más cómo construir más allá de mí misma.
Ya no sabemos ser amigos como antes. Pero está bien así. Guardamos en este abrazo a distancia un recuerdo infinito que no supo acomodarse a lo que después dijimos querer ser.

Mañana vamos a saltar en tu fiesta pero solo cuando el ritmo del casorio regulado así lo permita. Me perderé en la ronda obligada que te perseguirá por el salón. Y vos, que de entre todas las personas que conozco siempre supiste ganarte un lugar, aplastarás tu rareza para conformar a todos, o a nadie, que es lo mismo. Y yo seré tu cómplice una vez más aunque esta vez sin saber cómo, ni si termina, ni cuándo dejar de forzar. 

jueves, 5 de junio de 2014

Extraños

Hay amores que se vuelven extraños y borrosos. Un recuerdo descocido y casi ajeno. Aunque ahora me doy cuenta que siempre fueron algo de eso; incómodos y del todo inciertos. Amores que entonces siguieron su curso extraviado.
O fueron los amores del idilio. Los que te sobrevivieron, que no supiste decir ni morir. Que entonces cambiaron de tierras y de labios.
Y es que hay amores que se vuelven impropios, amores vacíos de sangre. Amores de caricias estropeadas y miradas a destiempo. Todo un montón de abrazos invisibles y de nuevo esta extrañeza agujereándome el recuerdo.
Y es que ya no sé cómo era quererte, añorarte, estar. Ya no.

domingo, 4 de mayo de 2014

Un mar sin orilla

El agua se fue tranquilizando, se le borraron las arrugas, empezó a ablandarse, a soltar. Se quedó tan quieta. Y empezó a buscar esas orillas que azotaba con sus manos de sal, esas contra las que rebotaba sin pensar, sin poder parar de lastimar la piedra. Y no estaban más. Se habían desarmado, se había derretido, quizás. Y entonces lloró lágrimas que no tenían fin, que no cabían en ningún lado.
Justo ahí se supo infinita.

viernes, 4 de abril de 2014

No sé

Ando con ganas de cambiar el mundo. Voy empujada por estos aires presuntuosos y hasta inocentes. Cambiar el mundo, eso. Porque cuando hacés una diferencia a pequeña escala eso viene a mover el resto de la cosa, todo se reacomoda de alguna manera, el mundo entero.
De fondo suena Glen Hansard que siempre me emociona y me envalentona un poco también. La manera en que sacude esa guitarra hasta agujerearla y rompe su voz en gritos hace temblar el cascarón. 
Y volviendo a esto de cambiar el mundo se me ocurrió una idea bastante rara pero que encierra la certeza de un hachazo al medio. Me dieron ganas de ser espejo donde el otro pueda ver su propia belleza, donde pueda reconocer su propio poder, donde insinuar sus preocupaciones y sentirse a salvo de juicios y sospechas. 
Para eso hace falta desaprender bastante. Estoy volviendo a decir "no sé". Ese "no sé" dispone al otro de manera muy distinta. Ya no busca en vos respuestas, ya no espera de vos y se acomoda al lado tuyo, a vivir las preguntas. Porque eso es lo que hacen los chicos, no intentan resolver, si no estar. 
Con el tiempo se nos enseña a no dejar nada por la mitad. Se nos inculca la gran importancia de terminar. Terminar, redondear, acabar, cumplir. Y eso nos oxida, nos vuelve toscos y llenos de respuestas, esas mismas que interponemos entre nosotros mientras se nos pierden de vista las preguntas que acercan. 
Cambiar el mundo, en eso estaba pensando cuando me dí cuenta de que no sé como hacerlo. Y entonces me dí cuenta de que quizás es posible.


  

miércoles, 2 de abril de 2014

Ojos abiertos...

Hoy entendí que los días feriado cuando se los vive del todo valen por dos. Es como que se recupera un poco de todo ese tiempo perdido. Días que redimen nuestro descuido, nuestra distracción diaria. Hoy fue uno de esos días así que me voy a dormir sin ansiedad ni culpas, a dormir del todo.
Pero cuidado que para que te pase esto tenés que andar un poco más despierto que de costumbre. No abriendo fuerte los ojos. Más bien con los ojos abiertos por dentro (como dijo Borra).
Y entonces se des-cubren certezas. Esas que creías entender de memoria pero para las que andabas más bien sordo, sordo por dentro.
La certeza de este día es una que vengo viviendo hace unos días sin darme cuenta del todo. Y es esta: no puedo saber nada de lo que va a suceder. No es posible saber nada de nada de lo que va a pasar. Y no me acuerdo de haberme sentido más libre alguna vez. Solté el control. Dejé de forzar. Que sea lo que va a ser de todos modos, más allá de mí y de todos.
Y asomó otra un poco más tímida: Si imagino menos entonces veo más.  

sábado, 22 de febrero de 2014

Carencias

La felicidad está subestimada. El bienestar del corazón, esa sonrisa bien adentro, ese desborde casi inefable. Ese que debería estar al principio de nuestras decisiones y propósitos. Pero lo que nos proponemos siempre es de cara al futuro. Cuando consiga, logre, gane, sepa, tenga, entonces sí, entonces voy a estar de contento. Felicidad como idea, como meta, como puro pensamiento parado siempre en la vereda de enfrente. Huidiza.
Y así abrimos dentro un agujero, una carencia, un vaso vacío. Somos seres carentes, aun cuando la realidad, el instante presente, es total, es exactamente todo lo que debería ser. Abrimos adentro un hueco que traga todo lo que viene de afuera. Uno que no logra nunca colmarse y vamos siempre a destiempo, siempre calculando hacia adelante, una matemática imposible.
Sentir ese todo que somos es lo que empiezo a entender como libertad. Como posibilidad de sacudirme el juicio y dejar de interpretar al otro desde mi agujero, tratando de acomodarlo en alguno de sus rincones.

No me falta nada para ser. Y entonces a los otros tampoco les falta nada. Absolutamente nada. Y ahí empiezo a entender también un poco sobre el amor. Que si hay uno de seguro es un amor que nada espera. Y solo es así un amor que de nada carece.

viernes, 17 de enero de 2014

Soltando ilusiones

Los dolores a veces se vuelven sal, se dispersan, vuelan. Pero antes las tristezas se amontonan. Y se derrumban. Se desparraman por todas partes y hay que ir a buscarlas. Juntarlas todas en una mano para después soltarlas. Volverlas sal, o polvo. Que vuelen.